LA FIESTA ESTÁ VIVA

Por: Rafael Cué*

Dios, a cada ser humano, le otorga un don. Parte del secreto en esta vida es encontrarlo, asumirlo, desarrollarlo y ser generoso para compartirlo con el resto de los mortales. Luego vienen los genios, esas personas cuyo don supera la capacidad intelectual y sensorial de la mayoría y nos sirven para entender o asumir lo que nos rebasa. Cuando estos genios son artistas: Beethoven, Mozart, Chopin, Goya, Picasso, Rembrandt, van Gogh, Rivera, Cervantes, Shakespeare, Paz, Pérez Reverte… la lista gracias a Dios es inmensa, ellos nos ayudan a conectar con nuestra humanidad para que no nos desviemos con las banalidades que la sociedad nos ofrece, el dinero, la avaricia y la envidia.

Son estos genios los que con sus locuras equilibran a una humanidad descarriada que, hoy, en pleno siglo XXI, sólo intenta deshumanizarse, desconectarse de los sentimientos más profundos del hombre y la mujer, de lo que no se puede explicar, de lo que se siente sin meditarlo, de la emoción.

La tauromaquia es el crisol de las artes. En esta cultura confluyen las bellas artes. Por eso no es fácil comprenderla ni contarla cuando sólo se tiene un raciocinio deshumanizante y no la apertura a la emoción como sentimiento primario.

A Morante de la Puebla nos lo envió Dios para que esta maravillosa cultura nos haga sentir humanos. En la emoción del toreo, hasta la manifestación artística de un atardecer glorioso en el campo bravo. Morante es el equilibrio y justificación del arte del toreo y de la bravura.

El pasado miércoles 26 de abril, el de la Puebla cortó dos orejas y rabo a un gran toro dentro de la Feria de Abril en Sevilla. La Real Maestranza de Caballería fue el marco inmejorable para una obra suprema, ojo, que no su obra suprema, esa está por llegar o quizá nunca llegará, y eso le pido a Dios para que el maestro Morante no pierda la ilusión del toreo.

No describiré la faena, esa obra amerita sólo verla y conectar las pupilas al corazón y las emociones harán el resto. No caeré en colocarle adjetivos calificativos, ni intentaré estar a la altura de su prosa torera en estos párrafos.

Lo que hago es ofrecerle con inmensa gratitud mi lectura de los hechos al maestro. En clara analogía sevillana, Morante, ha sido el costalero de la tauromaquia durante su ya dilatada carrera. Así como en Semana Santa, cientos de hombres se colocan bajo los bellos pasos religiosos, en el anonimato, entregando su fuerza, dolor, sufrimiento y emoción, así lo ha hecho Morante con el toreo. Ha sufrido la incomprensión de los “sabios del toreo”, gente que ataca lo supremo para no evidenciar su falta de sensibilidad ante lo evidente, eso debe doler, verlo y no sentirlo, verlo y quedar impávido.

La mala suerte en los sorteos, a Morante le embisten muy pocos toros, muy pocos, sin embargo, es el referente de los toreros, inimitable, sólo disfrutable. Esa ha sido la cruz del sevillano, tener muy pocos colaboradores. Nunca ha ido de víctima, al contrario, se ha interiorizado en el estudio del toreo. Gracias a él podemos gozar de suertes añejas ya olvidadas. Morante las ha resucitado con su personal interpretación y genialidad. Gracias a él hemos descubierto bordados y tonalidades del vestir torero de otras épocas y que sólo él puede utilizar.

Ligerito de Garcigrande fue la recompensa que Dios le ha dado a Morante por saber sufrir en silencio, sin claudicar, sabiéndose el gran torero que es y aguantando blasfemias de los tristemente “sabios del toreo”. Los artistas sufren, lloran, padecen, se aíslan para en un momento divino tener que contarnos una historia. Morante lleva años contándonos la historia del toreo.

La faena nos llevó de Gallito a Belmonte y a Curro Puya, pasando por Gaona y Paula, por Pepe Ortiz y por Camarón. Curro Romero, testigo en la plaza, por fin pudo verse torear. Quitó por chicuelinas que evocaron las sevillanas que se bailan en la feria, pasó al cante jondo con la versión sublime de las tafalleras. A la distancia en el ruedo, otro tocado por Dios, Diego Urdiales, en estampa torera sonreía, gozando y respetando el arte supremo del toreo. Grandeza de quien sabe apreciar a un grande, siendo un grande.

Con la muleta nos contó una vez más el toreo. Interpretó cada pase con la nota de sus autores, magnificando su ejecución. Vimos desplantes de Romero, naturales de Pepín, cites de Pepe Luis, quietud del califato y arrebato de la madrugá. La estocada marcó el Camino de la obra perfecta, con la siempre imperfección del arte rotundo.

Puerta del Príncipe por la que salió a hombros en procesión, sin que le jalonearan, venerándole, con palmas por bulerías le llevaron hasta el hotel. Rostro de paz y felicidad en el máximo genio del toreo. A Morante le debemos mantener este arte vivo, con su mirada al pasado, la vigencia del presente y la esperanza del futuro.

Twitter: @rafaelcue

*Artículo escrito para el diario El Financiero, reproducido por voluntad del autor en Intelisport.