El año de 1982 fue de sequía en lo que se refiere a futbol y beisbol profesional en la Comarca Lagunera. Quienes gustábamos del futbol teníamos que conformarnos con ver los partidos del torneo local que transmitían por televisión, así como los resúmenes del resto de los encuentros que se transmitían en los programas deportivos dominicales, en los que estábamos también al pendiente de las actuaciones de Hugo Sánchez, quien se presentaba en el futbol español con la camiseta del Atlético de Madrid. A mediados de año disfrutamos de las emociones del mundial “España 82”. Mis amigos/vecinos y yo terminamos tristes e indignados tras la eliminación de aquel Brasil, cuadro cuyas estrellas intentábamos emular cuando pateábamos el balón en nuestra canchita de asfalto. Cuando la verdeamarelha fue echada gracias a un triplete ­– ahora llamado hat-trick – de su goleador Paolo Rossi, perdimos interés en aquel torneo. Si bien vimos los partidos subsecuentes hasta la final, la ilusión de dicho mundial ya no era la misma. Tras la culminación de aquella justa, volvimos a la monotonía: futbol mexicano por la televisión. Las esperanzas de volver a ver a un equipo profesional en nuestra tierra parecían sumamente lejanas.

De pronto, en el mes de febrero de 1983 nos enteramos por los periódicos locales que se había dado a conocer la realización de un partido entre los veteranos del Laguna y los del Torreón, enfrentándose entre ellos. El partido se denominaría “El Clásico del Recuerdo”. Se dio a conocer que la oncena de los Diablos Blancos sería dirigida por don Grimaldo González, mientras que la Ola Verde jugaría bajo las órdenes de don Esteban “Cachuchas” Méndez. Una vez que se anunció el inicio de la venta de boletos, le pedí a mi padre que me llevara a presenciar el encuentro. De inicio se mostró reticente, pero fue tanta mi insistencia que terminó cediendo. Me dio dinero y fui a comprar mi boleto y el suyo. Mis vecinos compraron sus propios boletos, de la misma localidad.

El día del encuentro mi padre abordó su vochito, el cual se llenó de niños ávidos de ingresar a un estadio. No sé mis amigos pero yo iba lleno de ilusión por volver a tener un domingo de futbol como hacía unos años. Cuando arribamos al estacionamiento del estadio Moctezuma escuchamos chiflidos, sonidos de matracas y cornetas provenientes del interior del inmueble. Ingresamos a la localidad de Sombra Norte. Las tribunas ya se encontraban prácticamente llenas. Encontramos lugar en las gradas de la parte baja, dos o tres filas adelante del pasillo principal. El momento más emocionante fue cuando ambos equipos saltaron a la cancha: el Torreón lució su clásico uniforme completamente en blanco con los números en color azul, mientras que Laguna salió con su uniforme tradicional de playera verde con los costados en blanco, pantaloncillo blanco y medias en color verde. Ambas escuadras fueron recibidas por sus antiguos seguidores, que se encontraban mezclados en la tribuna, con sendas ovaciones, sonidos de cohetes, matracas, porras, etc. Recuerdo en particular a un señor que se encontraba sentado cerca de nosotros, quien al ver saltar a la oncena del Torreón al terreno de juego, se levantó, aplaudió vehementemente y, con lágrimas de emoción en los ojos gritaba: “ese es mi Torreón, arriba mi Torreón, yo sabía que algún día lo iba a volver a ver jugar”. Para mí, en ese momento, fue una escena rara y hasta un poco chusca; con el tiempo creo que he llegado a comprender lo que aquel señor sintió en aquel momento.

Durante el desarrollo del encuentro, el sonido local anunció: “…una buena noticia para la afición: para la siguiente temporada, la Comarca Lagunera volverá a tener futbol profesional”. Mientras se escucharon expresiones de entusiasmo a los alrededores tras el anuncio recién emitido, Carlitos, mi vecino, uno de quienes me acompañaron aquel día, exclamó con escepticismo: “viejo pedero: ni él mismo se la cree”.

El partido terminó con victoria del Torreón por la mínima diferencia. En la tribuna hubo gritos, juegos de palabras, como uno que recuerdo: un señor que se encontraba dos filas delante de nosotros, seguramente seguidor del Torreón, grita a la cancha:

—Ya no puedes ni caminar, ¡ANCIANO!

—Anciana tu mamá, ¡PENDEJO! – replicó otro espectador que se encontraba cerca.

—¿Y quién es ese viejillo? – preguntó otro de la bola, entre risas.

—Se llama Pedro Salinas – respondió otro espectador, seguramente seguidor de los Diablos Blancos – y era rete cochino para jugar.

—¡Cuando digas el nombre de Pedro Salinas, primero lávate el hocico, hijuetupinche madre! – respingó amenazante otra persona.

Al ver la corpulencia y el gesto desafiante de quien recién recomendó higiene bucal de ruda manera, el resto de los espectadores en los alrededores optó por la prudencia. Continuamos observando el partido.

En lo personal salí agüitado debido a que mi equipo, Laguna, fue derrotado por la mínima diferencia. Si bien fue un partido amistoso, tenía la esperanza de gozar, después de tantos años, una victoria de mi equipo. Llegando a casa pregunté a mi padre:

—Papá: ¿Crees que sea cierto eso de que volvamos a tener futbol profesional?

—Yo digo que es puro cuento – respondió mi padre –, es atole con el dedo a la gente.

Me resigné a que la información proveniente del sonido local era, como me dijo mi padre, atole con el dedo, pero con la leve esperanza en mi interior de que algún día aquello se llegara a concretar. Dentro de la tristeza por la derrota de la Ola Verde, estaba feliz de haber vuelto un domingo, aunque fuera un domingo, al estadio; de haberme reencontrado con aquellos gritos, aquellas matracas, aquellos aromas, aquellas escenas que habían hecho tan feliz y placentera mi más tierna infancia.

Aún desconocía lo que vendría pocos meses después.

Correo electrónico: enrique@maciasweb.com

Twitter: @emaciasm