AL LARGUERO

Por: Alejandro Tovar Medina

Articulista invitado

Cuento corto

Con afecto para Enrique Macías, Dr. Jorge Galván y CP Lorenzo Ángel Reyes, taurinos fieles.

¿Será sólo un viaje a través del tiempo? Es como una película de fortuna sin par, porque uno cuando vive apegado a un sentimiento, a un amor, a un deseo y a una pasión, quiere estar dentro de ella, separarse del yugo de la jaula del presente y volar con el pensamiento en sus ilusiones. Y todo por la lectura, por suponer que de la literatura antigua pueden surgir las imágenes de esos seres que dispararon las inquietudes y nos lleva con los creadores de espacios de belleza.

Dicen que los duelos y los traumas no procesados son capaces de impactar en las siguientes generaciones. Ojalá, para que los hijos y nietos hereden la pasión por la más hermosa de las fiestas. Y ahora mismo está saliendo el burel del Gallo, que, como un médico especialista, lo mira, lo estudia, analiza, radiografía y diagnostica, Claro que es Rafael Gómez Ortega (1882-1920), quien luce terno en verde aceituna. Sabe que la corrida se despeña por el precipicio del aburrimiento y está obligado a tomarlo todo, como un animal territorial.

La plaza entera de Sevilla solamente respira incógnitas. Gallo es hermano de Fernando y de Joselito, cuya muerte lloró como un río. Con paso lento, lento, se aproxima a donde el matador Ignacio Sánchez Mejías, que va con su esposa Dolores, hermana de Rafael. Les dedica la faena con finas maneras británicas y luego enfrenta a Gitano, de Miura. De a poco, Gallo va sacando a artista sublime que lleva dentro, con todo el valor conocimiento y confianza, porque está claro que los virtuosos como él, han nacido para hacer felices a todos.

Lo obligó, lo convenció como si le fuese amputando su identidad; su muleta fue hipnotizando a Gitano, fue un exorcismo de toreo. Fueron tandas despacio, muy despacio, con finos ayudados por alto, preñados de temple, luego muletazos largos desbordantes de belleza y armonía, hasta llegar a bellísimos naturales de una estética parsimoniosa. El Gallo parecía que estaba no en la plaza, sino en el Bar Los Corales, donde con su eterno amigo Juan Belmonte (1892-1962) hacían inolvidables tertulias con amigos. Lo disfrutaba de verdad. Cuando ya la plaza estaba hirviendo de entusiasmo, con Gallo dominando a placer, enloqueció más al gentío ligando un abanico de siete, ocho y hasta nueve naturales, para luego completar con ayudados por bajo muy ceñidos. Concluyó con una estocada perpendicular que le dio a Gitano una muerte acelerada.

En el coso se respiraba una brisa con el aroma de inmortalidad, con el torero dando la vuelta con sus trofeos, palpando de cerca el sentimiento del pueblo, porque la belleza es duradera y ese sedoso talento de los señorones del ruedo es como una proposición a que el mundo sea feliz. Aquí todo navega, la delicadeza, la piedad y la ilusión, el arte de un hombre con esa superioridad elegante y hasta abusiva, que deshace el miedo como un terrón de azúcar.

Nuestro amigo no quiere despertarse, quiere ver más fantasmas como Gallo. O bien, tomar su libro donde nos dice Federico García Lorca: “El toreo es probablemente la riqueza poética y vital mayor de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado. Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo”. No despertemos pues, sigamos imaginando al Gallo.

X (Antes Twitter): @Tovar1TV