He dicho ya que las cabras de la poesía siempre se me desbalagan hacia el monte de la narrativa. Es decir, que cuando prohijo versos no puedo crear imágenes a la manera de los poetas, sino textos que huyen rumbo a la crónica o el cuento. Comparto un ejemplo de hace diez años porque ya desde aquel tiempo (2012) me sentía muy defraudado por el box actual. Su título es “Junto al box verdadero”:

Así el boxeo: hace tiempo que vio pasar sus mejores días.

Tuit de Armando Alanís

¿Dónde quedaron aquellos uppercuts

aquellos jabs de ensueño lanzados con los Cleto Reyes

dónde, dónde están los ganchos de elegancia callejera?

En mi recuerdo sobreviven

como cuadros en la pared

como fotos amarillentas en un álbum

sábados de la infancia

frente a la tele familiar

mi padre al lado como tótem

cerveza en mano

y la voz en off de Toño Andere y Sonny Alarcón.

Los sábados eran eso por la noche

tener a papá cerca

disfrutarlo en silencio

pues toda la semana trabajaba para siete

y jamás podíamos verlo.

Los sábados, entonces

mi padre era mío y estaba en casa

no hablábamos

no nos mirábamos

pero estábamos cerca

veíamos el box

en una tele blanco y negro

desde la Arena Coliseo

el sudoroso embudo de Perú 77.

Sin vernos

mi padre y yo cruzábamos alguna frase

esta pelea se acaba pronto

el de calzoncillo negro no trae nada

qué bonitos ganchos tira el chaparro ése.

Los boxeadores no eran famosos

pero luego

cuando se alzaban con algún fajín

en lejanas tierras

frente a rudos japoneses

filipinos, gringos, panameños

en México ganaban respeto y mejores bolsas.

Aquellos ídolos

empezaban en la Coliseo

en la función sabatina de box

que mil sábados compartí con mi padre.

No sé, pero supongo que allí vi

los primeros pasos del mastín Pipino Cuevas

la primera imbatible agilidad de Salvador Sánchez

el estilo clasicista de Lupillo Pintor

la bazooka de Zárate

el tesón de Daniel Zaragoza (el Bull-dog de Tacubaya)

el encono de la Chiquita González

la vergüenza del Macetón Cabrera

el nacimiento del boxeo perfecto que tuvo Chávez

y sus ascensos a la cima.

También pude gozar

las últimas grandezas de Olivares, el amado Púas

el privilegio de Mantequilla Nápoles

el depurado hacer de Miguelito Canto

y tantos y tantos pugilistas más

de aquellas eras.

Luego nos cayó la maldición de Don King

el puto pago por evento

la sombra de Bob Arum

los grandes negocios

y un box que es menos box que trácala.

El recuerdo

la filmoteca personal que guardo en el alma 

me lleva a una sala modesta

un sábado cualquiera por la noche

frente a la pantalla 

con mi exhausto padre y su cerveza al lado

y yo cerca

ambos junto a ambos

ambos junto al box

junto al box verdadero.


Posdata: Acabo de recibir una carta desde Houston. Mi amigo Gerardo García Muñoz comenta lo que alguna vez platicamos en Torreón: que él también vivió muchas funciones sabatinas de box junto a su padre. Por el paralelismo, he pedido a Gerardo autorización para multiplicar aquí las palabras de su mail. Le agradezco el sí: “Me gustó tu poema sobre los recuerdos sabatinos boxísticos, una experiencia paralela a la mía; mi padre tuvo una sola afición deportiva, y aún tengo en la memoria cuando vio emocionado, por primera vez igual que yo, las peleas de la ‘Cabalgata Gillete’ presentadas por Enrique Yánez y narradas por algún comentarista de acento caribeño. Y digo que las vio por vez primera porque él creció en la época de las transmisiones radiofónicas, y escuchó las míticas peleas de Jack Dempsey contra Firpo, Joe Louis contra Max Schmelling. Y claro, compartí con él las gloriosas trayectorias de Alí, Frazier, Foreman, las inolvidables peleas del Alacrán Torres contra Chartchai Chanoi, un tailandés asesino, las glorias del Púas y del Mantequilla Nápoles. Para mi padre, el boxeo terminó el sábado 2 de agosto de 1980, cuando Pipino Cuevas se metió al barrio de la Cobra de Detroit. Y para mí, hace más de dos décadas que ese deporte ha dejado de importarme”.