LA FIESTA ESTÁ VIVA

Por: Rafael Cué*

Durante el fin de semana patrio, la tauromaquia demostró su fuerza, arraigo y músculo en distintas plazas de toros de la república. Llenazos, alegría, cultura, familia y tradición. Además, con la suerte que muchos toros embistieron y los triunfos llegaron en cascada.

Me centraré en la Corrida de la Insurgencia, puesta en escena que vio la luz en 2016 en San Miguel de Allende y que tras cinco ediciones se mudó a la ciudad de Aguascalientes, estado taurino hasta la médula, con dos plazas de toros: la Monumental y la San Marcos, esta última sede de la sexta edición de esta magnífica corrida temática.

La Corrida de la Insurgencia es creación de un grupo de buenos aficionados, encabezados por Luis Alberto Villarreal, quienes han logrado establecer parámetros de producción bajo el rigor de la investigación y sustento histórico de la época insurgente, esfuerzo realizado por Graciela Cruz, historiadora guanajuatense que enaltece la riqueza de nuestros símbolos. Cada edición ha sido distinta musicalmente y con diferentes artistas plásticos interviniendo el ruedo y la plaza.

Esta ocasión el turno en lo plástico fue para Curro González, tijuanense que quiso ser torero y abrazó el arte por vía de los pinceles y el cincel. Nos deslumbró con el ruedo totalmente en azul cielo, con el águila insurgente al centro y de dimensiones monumentales con la leyenda Libertad, derecho de todos los mexicanos que no permitiremos nos sea arrebatado nunca, si es necesario emularemos a nuestros héroes insurgentes para mantener nuestro gusto por la tauromaquia, metafóricamente hablando claro está, o no.

La parte musical en esta edición fue un magno concierto interpretado magistralmente por la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, dirigida con arte y solera por el maestro Román Revueltas como director. Interpretaron en el paseíllo “Los Toreadores” de la ópera Carmen de Georges Bizet, al terminar el paseíllo el Himno Nacional Mexicano acompañado por tres mil almas que llenamos la plaza y vibramos bajo el orgullo del sentimiento patrio. Durante las faenas de muleta vibramos con interpretaciones clásicas en el siguiente orden: “Lago de los Cisnes”, de Tchaikovski. Segundo toro: Habanera, de Bizet, con la interpretación magistral de la soprano Solanye Caignet. Tercer astado: Sinfonía no. 40, (primer movimiento) de Mozart. En algo poco común en las corridas de toros, se vivió un intermedio para escuchar embelesados la Suite número 1 y 2 de la ópera Carmen. En el cuarto toro el tenor Juan del Bosco interpretó “Nessun dorma” de Giacomo Puccini. Como no hay quinto malo, Beethoven con su Quinta Sinfonía (cuarto movimiento) nos hizo estremecer. Cerró plaza una vez más Juan del Bosco con “Granada” del inolvidable Agustín Lara. Para cerrar una noche mágica e inolvidable el Huapango de Moncayo nos erizó la piel bajo la luz colorida de fuegos artificiales.

En lo taurino, la corrida fue muy buena. Seis toros magníficamente presentados de la ganadería de Ordaz, astados que pastan en el estado de Querétaro, origen Domecq, por la vía Santa María de Xalpa, que fueron seis cromos en presencia y de juego interesante, habiendo un toro de gran clase como lo fue el tercero de la tarde que mereció los honores del arrastre lento, hasta el sexto que de imponente presencia fue un toro muy complicado en su juego.

Tres toreros de la tierra: Arturo Macías, Juan Pablo Sánchez y Luis David brindaron una noche de entrega, torería, valor y honor.

El primero puso en escena dos actuaciones en las que la valentía fue el eje central de su actuación. Siempre con una sonrisa, gozando en la cara de los toros, perdió en ambos astados los trofeos por fallar con la espada, sin dejar de reconocerle el público su tesón y entrega.

Juan Pablo Sánchez dio una gran tarde de toros. Su temple, inteligencia y madurez torera fueron lecciones que gozamos público y aficionados. Cortó una oreja de su primer astado y recibió cariñosa ovación en el tercio tras la muerte del quinto toro en la que, bajo las notas de la Quinta Sinfonía, nos hizo emocionar con la verdad del toreo puro y la entrega sin medida.

Luis David, de la dinastía Adame, tuvo en suerte cara y cruz con sus toros. El primero fue un astado de bandera. Guapo, serio con trapío y el semblante del toro adulto. Desde su salida embistió con poder y por derecho, muy humillado, permitiendo al joven hidrocálido gustarse con el capote, desde su salida lo recibió con cordobinas, llegando desde el tercio a los medios. Se fue como un tren el toro hacia el caballo en cuanto lo vio, gran pelea de bravo y gran puyazo del piquero. Adame quitó por verónicas, siendo las del lazo izquierdo mecidas, lentas y reunidas, pinturas de toros. Ligó ese primer quite con otro por chicuelinas cadenciosas, pasándose al toro muy cerca y poniendo a la gente de pie. Se engolosinó toreando con el capote y lo disfrutamos todos.

Por el pitón izquierdo el toro embestía con arte, transmisión y emotividad. Condiciones que aprovechó Luis David para cuajar una faena basada en naturales, pero con toreo profundo por la diestra también. Faena de torero grande y toro bravo. Bajo los acordes de la sinfónica soñamos el toreo; en los medios, el diestro, ejecutó la suerte suprema recibiendo, con honor a la bravura del de Ordaz que fue un gran toro. ¡Enhorabuena a los ganaderos!

El sexto salió canijo y Luis David le puso cara y valor, lo lidió, pero haciendo una lidia de aires antiguos.

Una noche para no olvidar, una puesta en escena sensacional y lo mejor de todo, el altruismo siempre presente en la tauromaquia a beneficio del DIF con la aportación de la taquilla que terminó el boletaje.

X (antes Twitter): @rafaelcue

*Artículo escrito para el diario El Financiero, reproducido por voluntad del autor en Intelisport.